martes, 28 de diciembre de 2010

Capítulo 3.- Tango. Sólo tango.

TRIBULACIONES Y ALBOROZOS DE UN PORTEÑO MILONGUERO

La condujo a la pista tomada de la mano y al llegar al centro la bella Nadia se colgó naturalmente de su cuello en un apretado abrazo.
-No es necesario, salvo alguna intención pasional de su parte, -señaló él en un susurro-. Y si la tiene, le recuerdo que, por lo menos, la doblo en edad -agregó con una sonrisa que en su rostro se vio como una mueca-.
-¿Qué debo hacer?

-Oir la música y dejarse llevar. Aquí manda el hombre.
-Míreme a los ojos. Guíeme también con la mirada.
-Para mí será un placer; pero usted tendrá que soportarlo. Vea, si tiene en mente alguna coreografía, algún automatismo, bórrelos porque no funcionan. Cada tango es diferente. Ponga toda su atención en la música y en la forma en que mi antebrazo en su flanco y mi mano en la espalda le marcan el camino.
-Que Dios me ayude -pidió ella-. Todo mi prestigio profesional se juega en esta noche; nos han dejado solos en la pista.
Y comenzaron a bailar. Uno tras otro los tangos potentes, armónicos, únicos, fueron fluyendo. A medida que Nadia se sentía mas segura de sí misma y crecía su entusiasmo, la mano de El Chino apenas se movía por su espalda y sus dedos y pulpejo presionaban y aflojaban aquí y allá ordenando girar, caminar, cortar, quebrar el talle, hacer un ocho, detenerse. Por la mitad del quinto tema Nadia se colgó de su cuello, se apretó impúdicamente a su cuerpo envolviéndolo con una de sus largas y hermosas piernas y le susurró al oido con marcado acento eslavo:
-Señor Chino, ¿qué me está haciendo?
-Mostrándole cómo bailamos en esta milonga.
-No puedo contener un orgasmo, musitó en agonía.
-Era de esperar -dijo él por todo comentario mientras con su dedo medio oprimía un punto preciso de la espalda de Nadia Kovacheva, quién alcanzó el clímax y se desarmó en sus brazos en el momento justo en que la orquesta hacía sonar los acordes finales.
El público estalló en un aplauso. La hermosa prima ballerina se sentía flotar y El Chino se mostró una vez mas como el bailarín sobrio y elegante que todos los hombres de El Firulete querían ser.
Nadia, algo turbada, le agradeció la experiencia y se despidió prometiendo volver antes de marcharse del país. Al acercarse para el beso amistoso de despedida le preguntó al oído:
-¿Shiatsu?
El Chino dejó asomar una mueca maliciosa que pretendía negar que había sido descubierto; besó su mano y, mirándola a los ojos, le contestó:
-Tango. Sólo tango.
Esto lo cuenta Jorge Feldman en su cuento Tango secreto, pero un gorrión confundido me desveló al oído que el hecho ocurrió en aquellos años dorados del tango y que en realidad El Chino Luna no era otro que el admirable Bartolo.

2 comentarios:

  1. Lo que yo te dije no fue eso.Te comente,que el Chino es un caballero(poco agraciado,pero buen médico y maravilloso bailarin);si hubiese bailado con Bartolo,en el tercer tango,la tenia en la catrera a la rusita.
    Elgorrión.

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  2. Sigues confundido, como siempre, gorrión. Era Bartolo, no cabe duda.

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